De aquí hacia un poco atrás en el tiempo he estado pensando en los pasos que te llevan de un sitio a otro en cuanto a cualquier tipo de camino que le da a uno por seguir. Dicen (como suele decirse cuando hay una ligera convicción sobre algo, aunque no sepas seguro de dónde viene) que es necesario seguir esas pautas para enderezar la línea que estás trazando al tomar una decisión sobre algo. Me refiero a todo posible plano de la vida, pero tiro hacia algo concreto que, redundante sea, no voy a concretar, aunque espero hacer sobreentender.
No me gustan las pautas. El hecho de sincro o sintonizarme con algo y dar un paseo seguro sobre llano, poniendo un pie detrás del otro, caminando hacia esa luz significante de un propósito definido, me resulta aburrido. No sé si me entendéis, pero prefiero las metáforas a la claridad explicativa; ser retorcida y todo eso. El caso es que no creo poder pertenecer al conjunto de gente con claras ideas de lo que quieren conseguir. Sólo quiero dejarme llevar sin saber. Descubrir cada día algo nuevo que siga manteniendo mi curiosidad sin llegar a saciarla nunca. La sorpresa repetida.
Cuando Quentin Tarantino hace una película, no crea un guión por y para un desarrollo estable que termine en un desenlace (aka objetivo, meta, etcétera) bueno o malo. Qué más da el final. Qué más da hacia dónde va. Lo que importa es cómo. Él cree en los detalles sin más intención que la degustación momentánea, y recalca más una escena, con su esencia individual a disfrutar en sí misma, que una estúpida trama. Y todo avanza sin ningún tipo de presión.
Ahora mismo, no saber cómo me sentiré mañana es el aliño personal de mi día. No quiero ser consciente más que del momento preciso en que me siento bien, porque no quiero sentirme mal, pero eso es otra historia, y no me quiero enrollar.
No quiero la búsqueda de una idea, sino ideas de búsqueda. No quiero hacer recorridos en un mapa, sino ponerle chinchetas con los ojos cerrados. Quiero decir, carpe diem sin más.