lunes, 21 de marzo de 2011

Pautas


De aquí hacia un poco atrás en el tiempo he estado pensando en los pasos que te llevan de un sitio a otro en cuanto a cualquier tipo de camino que le da a uno por seguir. Dicen (como suele decirse cuando hay una ligera convicción sobre algo, aunque no sepas seguro de dónde viene) que es necesario seguir esas pautas para enderezar la línea que estás trazando al tomar una decisión sobre algo. Me refiero a todo posible plano de la vida, pero tiro hacia algo concreto que, redundante sea, no voy a concretar, aunque espero hacer sobreentender.

No me gustan las pautas. El hecho de sincro o sintonizarme con algo y dar un paseo seguro sobre llano, poniendo un pie detrás del otro, caminando hacia esa luz significante de un propósito definido, me resulta aburrido. No sé si me entendéis, pero prefiero las metáforas a la claridad explicativa; ser retorcida y todo eso. El caso es que no creo poder pertenecer al conjunto de gente con claras ideas de lo que quieren conseguir. Sólo quiero dejarme llevar sin saber. Descubrir cada día algo nuevo que siga manteniendo mi curiosidad sin llegar a saciarla nunca. La sorpresa repetida.

Cuando Quentin Tarantino hace una película, no crea un guión por y para un desarrollo estable que termine en un desenlace (aka objetivo, meta, etcétera) bueno o malo. Qué más da el final. Qué más da hacia dónde va. Lo que importa es cómo. Él cree en los detalles sin más intención que la degustación momentánea, y recalca más una escena, con su esencia individual a disfrutar en sí misma, que una estúpida trama. Y todo avanza sin ningún tipo de presión.

Ahora mismo, no saber cómo me sentiré mañana es el aliño personal de mi día. No quiero ser consciente más que del momento preciso en que me siento bien, porque no quiero sentirme mal, pero eso es otra historia, y no me quiero enrollar.

No quiero la búsqueda de una idea, sino ideas de búsqueda. No quiero hacer recorridos en un mapa, sino ponerle chinchetas con los ojos cerrados. Quiero decir, carpe diem sin más.

viernes, 18 de febrero de 2011

Black Swan (Cisne Negro)


Lo último que vi de Darren Aronofsky fue "Réquiem por un sueño", que no me produjo más que náuseas y que, aún así, me ha ayudado a comprender sus propósitos como cineasta. Aronofsky hace cine con intención de hacer sentir mal al espectador e involucrarle en las sensaciones retratadas fílmicamente, y lo consigue. Y aunque sigo manteniéndome en mi opinión por "Réquiem", empiezo esta crítica con un aplauso a la sorpresa que me supuso "Black Swan" (aka "Cisne Negro"), que aún me tiene en estado de shock.

* ALERTA: Puede contener SPOILERS. *

La excusa del film es el ballet, que sirve de mero pretexto para un retrato perfecto de obsesión malsana y creciente según avanza cada fotograma. Una obsesión por la perfección enferma, como la película parece, modelada en su totalidad por el majestuoso protagonismo de Natalie Portman.

Vincent Cassel, impecable como siempre (reiros de mí cuando digo que vi la película por él), dice al principio: 'La perfección no es control sino la falta de éste', y de esa forma va creciendo la película, descontrolándose caóticamente hasta alcanzar el surrealismo mareante, propio del delirio desmesurado, que la protagonista va experimentando paulatinamente.

Ese deseo de perfección es reflejado literalmente con cada uno de los muchos espejos que se van mostrando, haciéndose terroríficos a mitad de la trama y mostrándose trascendentales al romperse el último, ayudando a la esencia psicótica de este retrato personal, así como la marcada dualidad estética entre el blanco y el negro que se presenta a lo largo de toda la película.

Esta dualidad se ve lanzada por el deseo del personaje de Cassel de desplegar los más oscuros instintos de la bailarina para alcanzar la verdadera perfección, y por la representación, mediante su compañera de ballet, de su antagonista individual, poseedora de todo lo que ella es aparentemente incapaz de conseguir: desligarse de su atadura a la rígida meticulosidad.

Así, la historia presenta dos partes: La primera, ordenada, inocente, fría y equilibrada; la segunda, sensual, frenética, erótica y totalmente desequilibrada, mezclándose una con otra hasta el más absoluto caos, plasmándose cada característica en una impresionante Portman, que habla con su mera presencia sin necesidad de mediar palabra y representa la evolución intencionada de la película, hacia la completa locura esquizofrénica, la compulsión y la autodestrucción, sobre ella misma, llevándose toda la atención merecidamente y haciéndonos sentir tal cual primera niña dulce, pura, frágil, y segunda mujer perversa, pícara, dura. El cisne blanco y el cisne negro. El bien y el mal.

Son los numerosos y egocéntricos primeros planos los que nos acercan a la chica, que cambian según su estado de ánimo, y los bruscos movimientos de cámara y el surrealismo desbocado e hirientemente desvariado, alucinatorio, típico del director, lo que nos mete de lleno en lo que ella va sintiendo, deseando de últimas que termine para no ponerte tú también enfermo.

La fotografía, asfixiante y opresiva, contribuye a atraparte sumisamente, y se une al trato visual, y no textual, de la película, que te ingiere y abruma sin posibilidad de escape al delirio, dejándote estupefacto con un final propio de Aronofsky y del desenlace de cualquier obsesión compulsiva como tal.

Una película dividida por la lucha entre el bien y el mal, que une ambos casos brillantemente, mediante la estampa perfecta de las inquietudes dolientes más hondas del ser humano, personificadas en la evolución necesaria sufrida durante el paso de niña a mujer, del control al descontrol, de la luz a la oscuridad, del orden al caos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Emperrarse


Hay cosas de mí que no puedo cambiar.

Me he despertado después de un sueño que se parece al de la noche anterior, que se parece al de la noche anterior, como el de la noche anterior a ese, y he tenido que pararme a pensar.

El subconsciente es traicionero. Hablo del subconsciente que, queriendo yo misma crearme un consciente más realista y apropiado, me persigue y no me deja en paz. Soy alguien que huye. Cuando ocurre algo en mi vida que no me gusta, o se dan circunstancias en que no me siento realizada personalmente, salgo corriendo en busca de algo nuevo. Esto es bueno, porque siempre estoy dispuesta al cambio y a empezar de cero. El problema es que, aunque esté en cambio constante e intente mejorar mi situación o forma de pensar (y lo consiga, porque lo hago), aquello que me rondaba anteriormente siempre viene conmigo si no lo he solucionado.

Visto está que la importancia de las cosas es relativa individualmente. Que cada cual archiva en orden de prioridad aquello que pasa por su vida a conveniencia y preferencia. Es lo que me ocurre ahora. Hay algo de mi pasado, de mi vida, que no puedo quitarme de encima por no haberlo resuelto; que para cualquiera resultará una chorrada, y para mí, sin quererlo, se ha convertido en algo importante.

Los que me conocen bien sabrán a qué me refiero. A esas personas, no quiero que me juzguéis. Es lo que tiene emperrarse en algo. Es lo que tiene emperrarse en algo cuando se trata de mí. Se trata de tener una determinada idea en mente y una forma de manipularla pensada, y de estar haciendo todo lo contrario para llevarla. Porque no me da la gana tener que considerar algo tan importante como para no poder dejarlo atrás, y prefiero creerme falsamente fuerte y desinteresada en cuanto al tema cuando en realidad me está comiendo por dentro como cualquier otra cosa es capaz de dejarme marca. Y esa negación es mi problema.

Hay algo que tengo claro en la vida, y es que nada está claro en ningún momento. Que todo cambia o puede cambiar si tú quieres. Sin embargo, parece ser que no es así, o al menos en según qué aspecto o momento. Para mí, la mayoría de las cosas pueden verse desde distintas perspectivas, pero hay ocasiones contadas en que, por mucho que me maree a mí misma, el asunto está muy claro. Es cuando uno se emperra. Ayer estaba emperrada en algo. Hoy lo estoy. Y mañana será igual. Ya puedo apelar al cambio, al relativismo, a la superación, que no.

Es posible que el primer paso sea rendirse, o plantearse el camino más fácil: dar la cara, y no la espalda, a aquello que te da miedo... y a aquello que más amas. En este caso, viene a ser lo mismo.

jueves, 15 de abril de 2010

Lo siento


Tengo que decirte que lo siento. Siento haber perseguido tu esencia en todo mi alrededor y haber hecho evaporarse la propiamente auténtica tuya con pasos en falso. Siento haberme resbalado en cada uno de los intentos a los que debí dar la vuelta en cuanto a forma y contenido y haberme dado contra el suelo, de morros, en lugar de contra tus morros. Siento echar de menos tu expresión, porque es una lesión que sólo se calma con verla de nuevo y que se aviva más intensamente cuando vuelves a marcharte. Siento haberte odiado, porque eso no fue más que una chispa que impulsó con mayor fuerza el sentimiento contrario al susodicho cuando te destapé. Siento que las canciones me suenen a ti. Siento que las sombras formen tu silueta. Siento tener la horrible sensación de no disponer de otra oportunidad y de volver a perderla cuando ésta se vuelve a presentar. Siento notarte tan lejos estando aquí al lado. Y seguramente tú no lo sientas, ni por arrepentido, ni por sentir, pero yo, realmente, lo siento. Siento no ser la persona impulsiva que creo ser con la única persona que debería haberlo sido. Siento arrepentirme tan sólo de las cosas que no han sido y de las que es imposible arrepentirse. Siento que tú seas lo único que tenga que soportar pasando por mi cabeza, con toda seguridad e inintencionadamente, cada día. Lo siento, te siento.

Laura Sánchez

jueves, 28 de enero de 2010

Londres


Hace dos años, en un momento de "me escapo un rato o rebiento", pasé dos semanas, sin compañía alguna, en la capital inglesa. Me enamoré de ella. Cuando he vuelto a ir, me ha gustado aún más, y he pensado más seriamente en no volver. Es lo que tiene Londres, cuanto más tiempo pasas allí, menos ganas tienes de irte.

Londres es el centro del mundo, y no sólo literalmente. En Londres converge todo, y puedes encontrar cualquier cosa, de cualquier tipo, a cualquier hora. Tiene tantos colores que te marea, y aunque es sonora, no resulta ruidosa, porque en ella reina la armonía. Todo es limpísimo y ordenado de un modo contradictoriamente caótico. En Londres todo es al revés, pero todos se acostumbran, porque siempre hay algo para todo el mundo. Londres es cosmopolita. Hay todo tipo de gente, la más buena y la más mala, de la que hay todo tipo de nacionalidades, y aunque el acento británico embelesa por doquier, escuchar el idioma más extraño no sorprende en absoluto. En Londres se junta el mundo entero gastronómica, cultural y ociosamente hablando... sin perder su esencia anglosajona.

Las cosas que más me gustan de Londres son, por ejemplo, que nunca te aburres. Siempre hay algo que hacer y a donde ir, y siempre es algo diferente. La novedad no cesa en Londres; también adoro que sea tan verde. Mires a donde mires, vayas a donde vayas, y por mucho que sea una capital, siempre hay un árbol, un jardín, o un parque con ardillas desvergonzadas; y lo que mucha gente que no conoce Londres, o quien que cree conocerla, no sabe, es que Londres no es el Big Ben. Londres no es un barullo interminable de movimiento y luces (que también lo es). Porque si sales en cinco minutos con autobús del centro, te encuentras con otro mundo, que pertenece asombrosamente a ella misma, de pueblucho tranquilo o parajes insólitos.

Londres es única. Por sus parques aislados de Jane Austen, por sus autobuses rojos de dos pisos, por sus pubs de cierre antes de medianoche, por su alternativa Camden, por su estresante metro, por sus luces nocturnas, por sus edificios góticos y modernos, por sus cafés aguados, por sus carísimos mercadillos y sus gangas vídeo musicales, por sus extraños semáforos, por la velocidad de sus viandantes, por su Támesis, por sus cementerios peliculeros, por sus valiosos museos e interminables librerías, por la unión de lo diverso...

Londres es como yo. Es viva, camaleónica, sorprendente, alegre, hiriente, nerviosa. Entre ella y yo existe una conexión que, por mucho mundo que vea y mucho que pase el tiempo, no se romperá.

Porque Londres nunca es la misma, pero siempre sigue igual.


Laura Sánchez

miércoles, 27 de enero de 2010

Receta: Ragù


El ragù es la verdadera salsa boloñesa que se utiliza en Italia. Como peculiaridades para nosotros, no se usa tomate frito y... la carne se cuece durante 3 horas. Se usa como acompañamiento de pasta (tagliatelle) o como relleno de lasaña. La diferencia SE NOTA.

En Nápoles la carne se cuece más tiempo, no suele ser del todo picada y lleva menos tomate que en Bolonia, donde sí usan carne picada, pero más tomate, y se cuece durante menos tiempo. Yo la hago a la boloñesa, pero le dejo mucho tiempo de cocción. Así la carne se vuelve súper jugosa y sabrosa.

INGREDIENTES

- 2 cebollas grandes picadas
- 2 zanahorias picadas
- 1 apio picado
- 1 kg de carne picada (vacuno y cerdo)
- 1 hoja de laurel
- 1 vaso de vino tinto
- 2 latas grandes de tomate entero pelado
- sal
- paté sabor suave

PREPARACIÓN

Poner la cebolla, la zanahoria y el apio picados en una olla grande con un buen chorro de aceite. Freir.

Añadir, cuando la cebolla esté pocha, la carne, y cuando ésta esté cocida, agregar poco a poco el vino y el laurel, con un puñado de sal.

Cuando la carne pierda el agua, añadir el tomate.

Dejar cocer a fuego lento e ir removiendo para que no se pegue, durante unas 3 horas, hasta que la carne haya absorbido todo el tomate.

Añadir, si se desea, un poco de paté para suavizar más la carne, y mezclar bien.

NOTA: Para servir con tagliatelle, hervir la pasta con sal en una olla, escurrir y mezclar inmediatamente en esa misma olla con la cantidad de ragù que se desee. Servir con queso rallado (a poder ser, seco y fuerte, como parmesano) por encima.

Tengo hambre.


Laura Sánchez

martes, 26 de enero de 2010

Receta: Tarta de Queso


La Cheesecake es una tarta que ha recorrido el mundo, convirtiéndose en uno de los postres más famosos. Su origen parece estar en la Grecia Antigua, de donde pasó a los romanos, quienes la expandieron mundialmente resultando múltiples formas de prepararla. En Italia utilizaron queso ricotta, en Alemania quark y requesón, en Francia queso Neufchatel. Fue en Estados Unidos donde un productor de quesos intentó elaborar la receta francesa con Neufchatel que por error dio origen al famoso queso Philadelphia, lo cual haría surgir el auténtico Cheesecake americano.

Esta es una sencilla receta americana de la tarta de queso. Deliciosa y fácil de preparar.

INGREDIENTES

- 1 tarrina de queso Philadelphia (300 gr.)
- 3 huevos
- 3 yogures naturales azucarados (o alguno de sabor)
- 5 cucharadas de azúcar
- 3 cucharadas de harina
- 1 cucharadita de vainilla
- Galleta María picada
- Mantequilla
- Mermelada de arándanos (opcional)

PREPARACIÓN

Derretir la mantequilla y picar la galleta. Mezclarlas hasta obtener una masa compacta. Huntar un molde de mantequilla y poner la mezcla como base (será la base de galleta). Meter en la nevera mientras elaboramos la tarta.

Batir la philadelphia, los huevos, los yogures, el azúcar, la harina y la vainilla. (Nota: a mí me sale más buena si los bato a mano en vez de con la batidora, sale más casera).

Añadir la mezcla al molde y hornear durante 30 o 40 minutos.

Dejar enfriar y, si es que se quiere, añadir por encima la mermelada de arándanos. Meter en la nevera unas horas.


Laura Sánchez